Mente Atenta, Mente Feliz

Mente Atenta, Mente Feliz

Acabo de regresar de un retiro de seis días de silencio y meditación mindfulness. Hace muchos años que asisto a retiros y seminarios, sobre todo de enseñanzas budistas, pero aún no había hecho ninguno de estricto silencio que además conllevase un trabajo de meditación tan intenso. Seis días puede parecer poco tiempo, pero me han bastado para hacer un reset completo. 

Tras un periodo de intensos cambios personales, el cuerpo y la mente me pedían simplemente descanso.

Pasear por la playa en bicicleta al amanecer o al atardecer, bailar salsa y bachata, salir con amigos, pasar más tiempo con mi hijo… todo ello me ha hecho sentirme cada vez más conectada y feliz. Sin embargo, mi mente aún seguía apresurada por la inercia de años funcionando a pleno rendimiento; yen ese estado de aceleración la paz interior no puede sentirse.

En ese contexto ha llegado este retiro de silencio. He entrado en él sin ninguna expectativa, más al contrario, sabiendo de antemano el intenso trabajo meditativo que me esperaba, solo pensaba en pasarlo lo más dignamente posible.

La primera noche mi mente, quizás intuyendo que mi intención era frenarla, se rebeló ferozmente bombardeándome con pensamientos de todo tipo que caían con fuerza en mi campo de conciencia y me impedían conciliar el sueño. El resultado fue una noche insomne precedida por un intenso día de diez horas de meditación…

Al caer la segunda noche pensé que, si no lograba dormir, al día siguiente debería plantearme abandonar el retiro, tal era mi estado de inquietud y cansancio. Sin embargo, el agotamiento me venció y al día siguiente amanecí llena de vitalidad y de una nueva paz que avanzaba tras cada paso consciente que daba.

En las meditaciones caminando paseábamos por la hierba con los pies descalzos con mucha lentitud. Tomando la idea del monje vietnamita ThichNhat Hanh, en cada paso imaginaba que mis pies besaban la tierra y agradecía todo lo que me rodeaba y que mi atención plena iba volviendo más real. Al comer en silencio, degustando los sabores como nunca, cada comida cobraba para mí un extraordinario valor. Con esta misma atención observaba las gotitas de agua resbalar por la hierba brillando cual pequeños diamantes cuando les tocaba la luz del sol. O daba un silencioso paseo en solitario al anochecer observando en el cielo como el atardecer moría en tonos rosados y lilas que se difuminaban a medida que avanzaba la oscuridad.

La noche después daba paso a una bellísima luna que lucía como nunca en el cielo. El sentido del oído me traía el viento moviendo los árboles o el agua manando de una fuentecilla, el de la vista formas y colores: el cielo azul, las flores de distintos colores, las nubes blancas y nuevas cada vez, el verde bosque… Al sentirme parte de todo ello mis emociones fluían: llegaban y marchaban.

En ese momento se me mostraba la belleza de todo tal y como es: la nube, la flor, el árbol, la gota o la hormiga eran perfectos en su sencillez; al darles espacio podía sentir que esto es así.

En ese estado de apertura sentía que pertenecía a todo y me reveló algo simple pero que en ese momento me impactó: me sentía feliz porque mi mente estaba atenta, y si perdía la atención el malestar o la confusión volverían. 

Todo se reducía entonces a no perder el estado de atención plena y si lo había perdido a volver a recuperarlo. Una mente clara es feliz sin esforzarse.

Al salir del retiro me sentí renovada, transformada internamente a través de la Atención plena. Lo que viví de forma clara es que la atención nos une al todo, que llegar al estado de atención requiere esfuerzo y disciplina, pero una vez en él todo fluye fácilmente.

Gracias por seguir ahí si me estás leyendo, yo también te he echado de menos ;-))

Escrito por Maite Bayona

@maitebayona

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