
No es necesario haber tenido un pasado feliz para experimentar una vida plena y feliz en el presente y hacia el futuro.
A lo largo de mis tres décadas de experiencia en el campo de la Psicología, he trabajado con muchísimas mujeres que se encontraban presas del sufrimiento, creyendo que un pasado marcado por la infelicidad y el trauma las condenaba a no ser felices hoy y en el porvenir. Esta es una creencia equivocada.
Es innegable que el pasado influye en nuestras vidas y puede guiar, hasta cierto punto, nuestras acciones presentes. Sin embargo, el aspecto crucial no es el evento traumático en sí mismo, sino cómo lo interpretamos, procesamos y retenemos internamente.
La clave está en identificar cómo hemos permitido que estas experiencias nos definan. Si tales situaciones adversas se convierten en el eje central de nuestro relato vital, caemos en el error de pensar que aquello que una vez causó tristeza o dolor, justifica nuestra angustia actual. Este pensamiento es absolutamente erróneo.
Revisar el pasado y entender las raíces de nuestras dificultades actuales es valioso, pero asumir que estos orígenes determinan irrevocablemente nuestro destino sería una grave equivocación. Para ilustrarlo con un ejemplo sencillo, es como creer que debido a que un día de nuestra infancia nos sorprendió la lluvia y nos enfermamos, estamos condenadas a estar eternamente enfermas y con frío. Claramente, esto no es así.
Con la madurez llega una poderosa herramienta: el aprendizaje. Usando el mismo ejemplo, ahora sabemos que, ante un cielo nublado, es probable que llueva. Somos capaces de reconocer las señales, las banderas rojas que la vida nos presenta y prevenir situaciones desfavorables. Aunque a veces, a pesar de estar alertas, no podemos evitar ciertos eventos, sí podemos activar nuestras defensas. Si sabemos que lloverá, podemos salir equipados con paraguas y abrigo, evitando así repetir las experiencias del pasado.
Entonces, ¿dónde radica el problema, por qué persistimos en nuestros miedos e impedimos nuestra felicidad aun después de aprender y crecer? La respuesta está en las trampas que nos tendemos a nosotras mismas:
Estas trampas son
- Ignorar las señales de alerta: Similar a desestimar un pronóstico de lluvia y salir desabrigadas; en nuestras relaciones, esto podría significar ignorar lo que el entorno nos indica sobre una persona y continuar creyendo en ella a pesar de las evidencias de lo contrario.
- Inventar una realidad paralela: Esta trampa nos lleva a crear fantasías, interpretando como positivas acciones que objetivamente carecen de significado, idealizando situaciones o personas.
- Tener expectativas irreales: Nos aferramos a cuentos de hadas, pensando mágicamente en lugar de proceder con lógica y acción concreta.
- Sobre pensar y no actuar: Creemos que con el pensamiento podremos controlar nuestra realidad, pero esto solo paraliza nuestras acciones, nos impide actuar y alcanzar la felicidad.
Estas trampas son manifestaciones de viejos mandatos, que al igual que se crearon, pueden ser desmantelados. No son hereditarios ni genéticos; son patrones aprendidos y, por tanto, se pueden re-aprender y reconstruir.
Este es el camino hacia una vida auténtica, plena y con propósito, y en realidad, es esencialmente el camino hacia la felicidad.
En mis 30 años de ejercicio profesional, he visto a cientos de mujeres transformar estas trampas y alcanzar las vidas que siempre desearon. Esto es posible y real. Se trata de cambiar creencias y actuar en el presente, aquí y ahora, para ser feliz ahora y forjar un futuro revitalizado, pleno y feliz.
POR SILVIA BRITO @LIC.SILVIABRAIDA