
En los años setenta, Bowerrealizó investigaciones sobre nuestra manera de almacenar y evocar los recuerdos dependiendo del estado de ánimo. Pidió a una serie de personas que memorizasen listas de palabras pasando por diferentes estados de ánimo. Luego, observó sus diferencias a la hora de recordar estas palabras, mientras pasaban también por diversos estados de ánimo.
De esta manera encontró una tendencia a recordar con mayor facilidad los elementos memorizados en un estado de ánimo semejante al que tenemos en el momento de evocarlas. Estando tristes, evocaremos más fácilmente ideas o vivencias que se guardaron en la memoria estando nosotros tristes, y lo mismo pasa con otros estados de ánimo.
Del mismo modo, nuestro estado de ánimo afectará en el momento de seleccionar qué es lo que guardamos en la memoria: cuál es aquella información que será más importante para su posterior recuperación. Así, estando de buen humor prestaremos más atención a las cosas que valoramos como positivas, y serán estos recuerdos los que más fácilmente se evoquen después. Bower llamó a todo este fenómeno “mood-congruent processing“, o “procesamiento congruente con el estado de ánimo”.
Todo indica que nuestros recuerdos tienen una relación muy estrecha con las emociones, por eso somos capaces de experimentar nuevamente las emociones originales cuando los volvemos a situar en el foco de nuestra atención. Un recuerdo agradable puede devolvernos esa paz interior perdida, restaurar esa autoestima lastimada. Por el contrario, si esa experiencia vivida se traduzca en un recuerdo amargo, lo último que querremos será rememorarlo.
Los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, las cosas que eres, las cosas que no quieres perder.
-Anónimo-