¿Alguna vez te has sentido derrotada, llena de tristeza, dolor o rabia?
Muchas veces creemos que el dolor nos protege, y no nos damos cuenta de que cada herida nos envuelve tanto que terminamos construyendo una barrera para que nadie nos vuelva a lastimar. Sin embargo, quedarnos en el papel de víctima no nos saca a flote; al contrario, nos hunde.
La palabra amor propio hoy está de moda, pero va mucho más allá de lo que vemos en redes sociales. Es un llamado profundo a dejar de depender de la opinión de los demás —de todo lo externo— y empezar a mirarnos con compasión.
Dios no quiere que vivas encadenada a la tristeza, al enojo o a la rabia. Quiere que experimentes la libertad y la victoria que solo el amor propio puede darte.
Cuando decidimos sanar y amarnos, dejamos de buscar culpables y empezamos a tomar responsabilidad por nosotras mismas. Para eso, necesitamos valor y fuerza. La mujer que se ama no espera que alguien más la complete ni que le dé valor. Porque reconoce que todo lo que necesita ya está dentro de ella y se lo cultiva día a día.
Quedarte en el dolor, la tristeza y la rabia solo alimenta tus miedos y te roba tu paz. La tristeza no es tu hogar. El enojo no es tu identidad. La herida no define quién eres.
Sí, sanar duele. Pero duele mucho más quedarte donde no eres feliz, donde no floreces, donde tu alma se marchita.
Amarnos es el primer paso para pasar de víctima a victoriosa. Una mujer victoriosa no significa que no sienta dolor, sino que decide no vivir allí. Decide mirar sus heridas como aprendizajes, no como fracasos. Decide levantarse con fe, con dignidad y con la certeza de que Dios la sostiene.
Recuerda: Dios te creó para más. Te hizo fuerte, valiosa y llena de propósito.
Hoy es el día para dejar atrás el papel de víctima y abrazar tu victoria.
Hoy es el día para elegirte, sanar y florecer.
¿Estás lista para amarte como Dios soñó para ti?
